Alimentación y afecto no solo en el hogar, también en el comedor escolar

15 junio, 2020

Posiblemente algunas de las personas que me habéis leído en otras ocasiones ya sospechéis que yo de pequeña era la clásica niña que «no me come» y que ha tenido en su infancia una tendencia natural a ser muy selectiva con la comida. Tengo un tanto lejos aquella tierna edad, pero de lo que no me agrada en exceso sigo comiendo raciones más bien pequeñas (o si puedo evitarlo ¡ni lo pruebo!). Aún así, considero que hoy en día llevo una alimentación muy saludable, gracias, entre otras cosas, a que he aprendido a “comer bien” de adulta, sobre todo, enseñando a comer a mis propios hijo e hijas y a los hijos e hijas de muchas familias.

El tener que quedarme en el comedor escolar no fue causado por el agobio que se producía a la hora de comer en mi casa, sino que fue una cuestión de necesidad familiar.

Para alguien de mi generación que haya sido “mal comedor” y que se haya tenido que quedar en el comedor de su colegio sin otro remedio, la mayoría de los recuerdos que conserve van a ser más agrios que dulces, pero no es eso precisamente lo que a mí me sucede.

Me encantaba ese recreo extra que teníamos respecto a quienes tenían que irse a comer a casa, fue también un extra para fortalecer amistades aportándome muchos momentos de felicidad, pero desde luego mi relación con la comida no fue nada positiva, especialmente al principio.

Y digo al principio, porque como sabemos al crecer y al socializarte con tus pares se aprende “bueno y malo” y yo aprendí muy rápido la picaresca para poder seguir «no comiendo» sin sufrir consecuencia alguna, o eso creía yo. Se trataba de no estar eternamente delante del plato porque te perdías el rato que tanto ansiabas del patio.

La comida está asociada al afecto irremediablemente y cuando ofrecemos la comida a los niños y niñas es muy importante la manera en la que lo hacemos, nuestra expresión, nuestro tono de voz, nuestros gestos e incluso nuestro estado de ánimo.

No procede que os cuente con pelos y señales las artimañas que utilizábamos para no comernos lo que no nos gustaba en aquel entonces, ya que hoy en día, a vuestros hijos e hijas atendidos bajo la responsabilidad de personas formadas y en comedores más educativos, se les haría muy difícil aprovechar un descuido para tirar la comida a la basura, guardarla en el bolsillo de la bata, esconderla aplastándola entre los platos de recogida o encontrar un alma caritativa a la que le encantase comer y se prestase a cambiar su plato vacío por el tuyo casi sin tocar.

La transformación realmente importante que está viviendo el comedor escolar, por suerte para niños y niñas y para mí alegría, es que cada vez se tiene más en cuenta lo necesario que resulta que el personal de comedor tenga una formación específica. Y que ésta aporte conocimientos y pautas pedagógicas basadas en la empatía activa y la afectividad, una vez comprobado que presionar a comer origina mayor resistencia a hacerlo, aversión a determinados alimentos y conductas alimentarias poco saludables. Así que vuestros hijos e hijas difícilmente se verán en una situación como la descrita.

El pasado post hacia referencia a lo que aprenden los niños y las niñas en el comedor y a las ventajas que éste tiene, haciendo posible que muchos niños y niñas coman en él mejor que en casa.

También hablaba del dilema que afecta a muchas familias y que puede hacerles sentir mal cuando llega el momento en que deben incorporarse a la vida laboral. Si se opta, quien tenga la opción, por quedarse en casa, puede que este renunciando a metas profesionales con la consiguiente frustración. Y si optan por lo contrario, seguramente van a sentirse culpables, y lo que menos necesitamos y lo mismo nuestros hijos e hijas es una mamá o un papá con frustración, enfado o sentimiento de culpa.

“¿Habrá dejado de llorar?… ¿le acogerán y mimarán?… ¿Cómo se sentirá?”

Y desde luego, tampoco va a ser nada saludable un exceso de preocupación por el bienestar anímico de su hijo e hija al tener que dejarlo bajo la responsabilidad de otras personas en un comedor escolar.

Desde el entendimiento, me gustaría, además de hablar de alguna otra cosa que pueden aprender o desaprender en el comedor escolar (tal y como empezaba mi post de hoy), aportaros cierta tranquilidad.

Tengo alrededor buenas amigas que pudieron disfrutar del placer de criar a sus hijos e hijas y darles de comer en casa sin tener que renunciar a que fuesen educados por ellas mismas. Yo, sin embargo, recuerdo no sin nostalgia lo sumergida que llegué a estar en esa maternidad que lo envolvía todo y lo que me costó renunciar a estar con mis criaturas en ese momento tan importante de la comida.

Una buena nutrición no solo es ofrecer una dieta saludable, sino también es necesario el afecto, la paciencia y muchas dosis de buen humor en el momento de alimentarles.

Educar es apasionante (aunque sea un reto que a veces parezca que va a poder con una). A pesar de las dificultades puede ser divertido y hasta excitante, y no es fácil privarse de ser protagonista sobre todo cuando se trata de la educación de tu hijo o tu hija Yo disfrutaba aprendiendo, modelando y ofreciendo cada día mis propios hábitos saludables, sirviéndoles de guía, enseñándoles la vida, mostrándoles sus recovecos, buenos y malos, y también los intermedios hasta que llegó, irremediablemente, el momento de confiar en que el comedor escolar lo haría casi tan bien como yo misma, colaborando, manteniendo, reforzando e incluso, en ocasiones, sumando.

El cuidado, la educación y el crecimiento feliz de los niños y las niñas debe de ser fruto del trabajo conjunto de la familia y del centro educativo, incluido el comedor. Tal y como manifiesta la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), “el aprendizaje alimentario se inicia en la familia, sigue en la escuela y mediante la escuela, vuelve enriquecido a la familia”.

Hemos comentado que el menú escolar debería ser de calidad y ajustarse a las ingestas adecuadas de energía y nutrientes, fomentando el consumo de alimentos ricos en hidratos de carbono complejos (cereales, patatas, verduras, leguminosas, etc.), ofreciendo a menudo una variedad de frutas y verduras y limitando los alimentos con mayor valor energético pero escaso contenido en otros nutrientes. Pero también hemos hecho hincapié en que había aspectos entorno a la comida igual de relevantes que no podríamos descuidar porque para que la dieta sea ingerida debe ser aceptada por los niños y las niñas, y en esto entra en juego la persona que va a educar en el comedor. Ésta deberá conocer las preferencias y los gustos de esas criaturas, así como la etapa evolutiva en que se encuentra y desarrollar en su desempeño toda su “capacidad afectiva”.

Los expertos en psicología nos dicen que lo que experimentamos como afecto son todos los actos (hechos, comportamientos) por los cuales una persona ayuda a otra, de la forma que sea, proporcionándole protección y conocimientos, resolviéndole problemas, apoyándole en los momentos difíciles, etc.

Será a lo largo de los primeros días, meses y años de la vida de cada ser humano que se irá construyendo su sistema emocional. Como el alimento y el afecto vimos que son parte de una misma necesidad, ofrecer alimento en un ambiente cálido, de conexión y de ternura es de relevante importancia, ya que va dejando huellas en nuestros hijos y nuestras hijas. Y es importantísimo y saludable que las primeras experiencias del niño o la niña con la alimentación, y todas las que vendrán luego, sean experiencias placenteras y enmarcadas en un ambiente afectivo que marcará su vínculo positivo con la comida.

Por esta razón, el comedor escolar es un ámbito complejo: más allá de que los menús estén bien planificados y aporten los nutrientes adecuados, el lugar en sí mismo es fuente de múltiples vivencias alimentarias que hay que cuidar.

El contexto sociocultural de la comida, los elementos que la rodean (como la cultura alimentaria, la gastronomía, las técnicas culinarias, el espacio físico donde se come, la compañía) y la actitud de los adultos son puntos que debemos tener en cuenta a la hora de encontrar estrategias para mejorar el rechazo de alimentos y fomentar unos hábitos saludables.

Parece estar demostrado que asimilamos mejor los alimentos e incluso disfrutaremos de un sistema inmunológico de más calidad si nuestras necesidades emocionales y de afecto están cubiertas, ya que necesitamos por encima de todo sentirnos seguros y amparados, es decir conectados con los demás.

Siendo el alimento una necesidad básica para el ser humano y conocedores de lo fundamental del componente afectivo en la misma, este proceso no se debe reducir a un simple suministro de nutrientes, sino que tenemos que asegurar que la actitud de quien los suministra sea la adecuada, ya que en su proceso de crecimiento y desarrollo, necesitan un acompañamiento inteligente y afectuoso que nos permita prestar atención a las respuestas que dan antes, durante y después de ingerir los alimentos.

El personal del comedor es un referente, una persona a quien también le va a importar su estado anímico y no solo si come o no. Debe de ser una persona respetuosa, afectuosa, tolerante y con capacidad de comprensión y percepción del comportamiento infantil.

En ocasiones son las expectativas que tenemos sobre el comportamiento que tiene que tener el menor (sobre la cantidad que debe comer, sobre el alcance de su autonomía, sobre su tono de voz, sobre el momento apropiado de su risa, de su juego y de su “sentido del humor”) las que conducen a una mala comunicación y a un cruce de emociones tanto en la persona adulta como en el niño y la niña que descompensan la balanza en detrimento no solo del menor sino de ambos, dejando que la frustración y la pena ganen la batalla, no dejando ni un resquicio de posibilidad a que ese momento educativo, esa relación, genere comodidad, confianza, alegría, entusiasmo y afecto. Hay que dejar de lado juicios, expectativas y coacción mostrando un sentimiento de aprecio y cariño desinteresado.

La comida está asociada al afecto irremediablemente y cuando ofrecemos la comida a los niños y niñas es muy importante la manera en la que lo hacemos, nuestra expresión, nuestro tono de voz, nuestros gestos e incluso nuestro estado de ánimo. No es lo mismo poner la comida en el plato sin mirarles siquiera que hacerlo con grandes dosis de cariño habiendo creado de antemano un clima lleno de confianza, seguridad y afecto.

Un ambiente tenso puede intranquilizar y asustar a una criatura pequeña, y puede llegar a quitarle hasta las ganas de comer. En cambio, una actitud afectuosa, además de mejorar la relación, puede llegar hasta a estimular su apetito.

Nuestros niños y niñas necesitan que les miremos a su altura, que les hablemos en su lenguaje y que les comprendamos desde donde ellos y ellas están y son. Si ya no quieren comer más o si la comida ese día no les gusta, tendremos que saber mediar y escuchar con amabilidad. El modo en que ofrecemos la comida es fundamental para que sientan que les cuidamos y que aporte la seguridad suficiente para aceptar los nuevos alimentos, que en muchos casos, incorpora en su alimentación su entrada al comedor.

En un espacio preparado para dar y recibir afecto, se integrarán, aprenderán a compartir y a ser escuchados, sentirán que son seres valiosos para los demás, se sentirán acompañados cuando tú no puedas estar y, recuerda, que comiendo acompañados, los niños comen mejor.

El comer y las emociones están estrechamente unidos, comida y afecto significan muchas veces lo mismo. En el momento de la comida se construye un escenario donde, los afectos, las relaciones entre los compañeros y compañeras y el grado de autoestima cobran un importante significado.

Los aportes realizados en el comedor escolar, por tanto, son especialmente importantes desde los puntos de vista cuantitativo, cualitativo y formativo. Ya que durante al menos ocho meses al año, a lo largo de toda la vida escolar, tendrán que realizar esa comida lejos del hogar sumando horas importantes en su jornada escolar y siendo atendidos además por personas ajenas al entorno familiar. No hay por qué preocuparse, suelen ser grandes personas que les acogen y tratan afectuosamente, que pueden solucionar su congoja y mucho más, dejando una huella positiva que permanecerá y que recordarán posiblemente toda su vida.

Los lazos afectivos que establecen con amigos y amigas, monitores y monitoras les ayudarán a aprender habilidades que a su vez les harán crecer como personas seguras y saludables.

Necesitamos relacionarnos y alimentar nuestras raíces para seguir creciendo. Es fundamental para nuestra autoestima y nuestro equilibrio anímico tener relaciones, conflictos y después de ellos descubrir los pilares en los que podemos apoyarnos.

El contacto emocional nos ayuda a amarnos a nosotros mismos y lo afirmo rotundamente porque la experiencia me ha demostrado que esto es algo tan real que casi se puede palpar. Cuando le muestras a alguien que le quieres le envías un claro mensaje de aceptación que se hace fácil de captar: eres merecedor de amor. ¿Puede haber algo mejor?

Por eso en mis artículos siempre hablo de que el cariño nunca va a ser excesivo. Ofrecer afecto a cualquiera pero en especial a un menor significa maravillar un alma, transmitir comprensión, acoger sus dificultades y hasta su dolor. Compartir emociones profundas al ser capaces de aproximarnos a su corazón formará parte de uno de los grandes motivos que tendrá para recompensar al mundo con una bonita sonrisa.

Las personas que merecen y provocan alegría son aquellas que aman, valoran y cuidan a los demás con respeto y consideración.

Ésta fue para mí la profesora de ciencias sociales de 3º y 4º curso de EP y una de las personas encargadas de “darnos de comer” y cuidarnos en el internado. No volaba una mosca en el comedor sin que ella se enterase y, sin embargo, nadie se sentía abocado a usar tretas y engaños para librarse de un menú indeseado. No recuerdo que se haya enojado ni una sola vez, ni que su voz se levantase jamás por encima de la de su alumnado.

Me siento su discípula moral y, en algunas ocasiones, todavía antes de decidir qué hacer, me gusta imaginar qué me diría ella que sería lo correcto.

Fue una excepcional profesora pero aún más lo fue como monitora de comedor y como persona, alguien difícil de olvidar. ¿Cómo olvidar a quién que te hizo intuir la magia de las relaciones con los demás ayudándote a solucionar las “riñas” entre amigas? O a quién te descubrió el placer de disfrutar de la sopa, quitar espinas a las churrascadas sardinas o pasar la tortilla de patata, tan odiada cada noche en el comedor, entre pan y pan.

Cómo olvidar a quien seguramente hizo posible que hoy ame la pedagogía, que tenga pasión por la nutrición, que haya asumido el concepto de luchar contra los molinos de viento o haya cambiado para siempre mi manera de ver los conflictos con la gente? Cómo dejar en el olvido a aquella persona que me enseñó a analizar en silencio y con respeto los argumentos que contradicen, en ocasiones, algunas de mis más firmes convicciones según sigo escuchando y aprendiendo…

Posiblemente haya sido la persona, ajena a mi entorno familiar, que más afecto me mostró en un momento complicado de mi vida y que más huella dejó en mí, seguramente por eso mismo. A comer bien del todo no sé si aprendí, pero si aprendí a superarme y a ser una persona de “bien”, como ella quería.

Empecé con mal pie en el comedor, pero con el tiempo todo cambió gracias a esa monjita impecable, pequeña, regordeta y llena de amor que consiguió que este espacio educativo más fuese refugio, un lugar de esparcimiento y aprendizaje en el que llegué a sentirme muy especial. Aunque tenía ocho años recuerdo todo de ella y de aquel lugar. Quiero homenajearla con mucho amor y mucha nostalgia. Gracias Sor María.

Ya veis, que cuando hablo de los comedores escolares no solo tengo los conocimientos y la experiencia que como adulta voy almacenando, sino que sé bien lo que digo porque lo he vivido de primera mano y aún puedo recordarlo.

Las monitoras y monitores de comedor, como cualquier persona que interviene educativamente en la vida de nuestros hijos e hijas, pueden marcar su vida. Son, por tanto, momentos, espacios y personas que hay que “mimar” para que puedan desarrollar en la labor diaria, los gestos y las acciones que les llevaran a amar la gran tarea que es educar.

Como vemos, una buena nutrición no solo es ofrecer una dieta saludable, sino también es necesario el afecto, la paciencia y muchas dosis de buen humor en el momento de alimentarles. La calidez del trato que recibe el niño o niña y el sentirse aceptado y querido le ayudan a tener una buena imagen de sí mismo, a afrontar las dificultades y a crecer como persona

¿Qué me queda? Recordaros que la atención de un padre y de una madre en cualquiera de los momentos del día haciendo que se sientan amados, les carga de energía positiva para cuando no estamos. Haciéndoles sentir cuánto nos agrada su compañía compartiendo cualquier actividad, haciéndoles sentir nuestra preocupación por su bienestar, mostrando interés por lo que sucede en el colegio y en el comedor escolar, además de conseguir que no se sientan tristes y abandonados, ayudará a afianzar los hábitos que se estén enseñando.

Y ese tiempo que podamos estar a su lado, entreguémonos a su necesidad de nuestra presencia, con conciencia y escucha a sus necesidades emocionales y de afecto. El amor nunca es en exceso, siempre enriquece y a ellos les hace confiar en la vida y poder disfrutarla.

Rocío Martín | Supervisora de Comedor Saludable

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