La aventura de educar sin castigar

15 junio, 2020

¿De dónde sacamos la loca idea de que para que un niño se porte bien hay que hacerle sentir mal?”

Educar no es fácil, porque nuestro instinto, nuestro cariño y nuestra ilusión no siempre son suficientes. Hoy en día la complejidad social y sus influencias en los niños y las niñas, hacen que nos enfrentemos a un reto aún mayor para educar con los valores de siempre. Por ello y para ello es imprescindible una formación específica que nos permita lograr una educación que impulse el desarrollo de niños y niñas y no lo limite. Ya que los niños y niñas de hoy…necesitan adultos y adultas de hoy.

¿Qué sucede cuando una criatura, pequeña o mayor, tiene un comportamiento “inadecuado”? ¿Lo ignoramos, lo castigamos, le lanzamos un grito para que se calle o se pare, le amenazamos con… le regañamos para hacerle entender que se ha enrabietado por una tontería o que su comportamiento no es el deseado? ¿Le enviamos al rincón de pensar o aplicamos el tiempo fuera y andando que es gerundio…?

¿De dónde sacamos la loca idea de que para que un niño se porte bien hay que hacerle sentir mal?”

Educar no es fácil, porque nuestro instinto, nuestro cariño y nuestra ilusión no siempre son suficientes. Hoy en día la complejidad social y sus influencias en los niños y las niñas, hacen que nos enfrentemos a un reto aún mayor para educar con los valores de siempre. Por ello y para ello es imprescindible una formación específica que nos permita lograr una educación que impulse el desarrollo de niños y niñas y no lo limite. Ya que los niños y niñas de hoy…necesitan adultos y adultas de hoy.

¿Qué sucede cuando una criatura, pequeña o mayor, tiene un comportamiento “inadecuado”? ¿Lo ignoramos, lo castigamos, le lanzamos un grito para que se calle o se pare, le amenazamos con… le regañamos para hacerle entender que se ha enrabietado por una tontería o que su comportamiento no es el deseado? ¿Le enviamos al rincón de pensar o aplicamos el tiempo fuera y andando que es gerundio…?

Quizá hacemos algo de todo esto con muy buena intención, pero lo cierto es que no obtenemos grandes resultados. Comprobamos a largo plazo que ellos y ellas seguirán teniendo las mismas conductas que a la persona adulta le “exasperan”. Para colmo, además, en nuestro interior sospechamos que hay otras maneras más respetuosas y constructivas de hacer y educar… puede ser simplemente que aún no las conocemos, que aún no poseemos herramientas o estrategias suficientes y diferentes.

¿Vas a castigarle porque no se queda sentado o sentada en la silla mientras come? ¿O porque no quiere compartir su osito de la siesta con otro compañero o compañera? ¿O porque ya le has dicho cinco veces que vaya a recoger o lavarse los dientes y sigue jugando haciendo caso omiso? ¿O porque ha pegado a otro niño o niña? etc…Todos esos comportamientos son normales, dependiendo de la edad. Pero también es cierto, que el que sean normales y esperables no significa que a algunos de ellos no haya que ponerles límites.

Y digo que es importante y necesario establecer límites, pero que no hay que confundirlos con los castigos (está claro que pegar no está bien y que debe aprender maneras más sanas de expresar su enfado o frustración). Ante la mayoría de este tipo de conductas, el castigo aparece como una alternativa fácil y aparentemente efectiva, una solución rápida a sus demandas, desafíos o desobediencia. Sin embargo, lo que hoy día sabemos gracias a numerosos expertos es que puede tener consecuencias negativas y aunque consiga desviar la atención no suele solucionar el problema, en numerosas ocasiones lo complica. Si los castigos no funcionan ¿por qué no cuestionar entonces las opciones y métodos que hasta hoy día hemos utilizado?

No soy partidaria de gritar, obligar y castigar… y las personas que acuden a mis formaciones lo saben y se lamentan en ocasiones: “Entonces ¿cómo lo hago?” “Y ¿no nos van a tomar el pelo?”

Es cuando analizamos nuestro estilo educativo y la dinámica de premios y castigos llegando a un punto diferente del que partir y aumentando las posibilidades de obtener resultados diferentes y más satisfactorios. Terminamos por comprender que Educar sin castigar es posible…

¿Por qué nos resulta tan fácil echar mano del castigo? Porque es lo que la mayoría hemos vivido y lo reproducimos. Ponemos entonces el “piloto automático” al estar cansados, estresados o cuando queremos solventar algo con rapidez. También lo que sucede es que el castigo no tiene la mala prensa que en su día tuvo “la bofetada” y, por ello, continua en nuestra sociedad con naturalidad.

¿Maltratamos o enseñamos? Quizá sea muy drástico expresarlo así, pero aunque el castigo no sea violencia física y parezca que no le estamos dañando, lo hacemos moralmente, ya que puede ser muy humillante y atemorizante. Si le queremos decir que “esto que haces no está bien” no podemos hacerlo con algo que tampoco lo está. Mejor digámoselo con tiempo y palabras, con explicaciones y afecto, dialoguemos…y al escuchar entenderemos lo que hay en su mente y podremos ayudarle a él también a entender que se espera de él y por qué.

En el contexto en el que la persona adulta vive, lo que puede ser normal en la infancia o adolescencia puede resultar molesto, por ello debemos revisar nuestro estado de ánimo y nuestras creencias antes de actuar.

Cada vez que castigamos no existe aprendizaje positivo…enseñamos que

• Para aprender hace falta sufrir

• Atentamos contra su autoestima

• No es necesario dialogar

• La vida no va de entenderse, quererse, apoyarse y ayudarse, sino que va de ejercer poder y castigar al que no hace lo que tú esperas de él. Este será el modelo que trasmitiremos…

• Y, además la relación que establecemos está basada en el poder en lugar de la confianza.

Las consecuencias del castigo a corto, medio y largo plazo son que si el niño o la niña descubre que hay algo que a la persona adulta no le gusta “va a esconderlo”. Sentirán que no son buenos o buenas (y lamentablemente como hemos visto, a veces, les castigamos por comportamientos que son normales y naturales en criaturas con un desarrollo saludable). Les ponemos una etiqueta negativa sin merecerlo.

Junto al dialogo, la mayor alternativa al castigo para que entiendan y que se debe trabajar a diario son las etiquetas positivas. ¿Has oído hablar del efecto Pigmalión?

“…se considera que las expectativas que otra persona tenga sobre una influye y puede llegar a modificar aspectos conductuales, emocionales e, incluso, biológicos en esta persona a través de su interacción.”

Impresionante, ¿no? ¿Por qué no probarlo? Si dedicamos atención en positivo los comportamientos que no deseamos se van a reducir.

Hay un momento en que todo el mundo deja de castigar y empieza a dialogar…es natural. ¿Por qué no empezar antes? Las vías de comunicación deberían de estar siempre abiertas y está en nuestra mano la relación que decidamos establecer con nuestros hijos, hijas y alumnado.

NO castigar es mucho más fácil de lo que parece, y si aún no te he convencido, quizá te ayude a reflexionar sobre la posibilidad de adoptar una educación más respetuosa y empática con las emociones de los niños y niñas para que aprendan a comportarse. Cuando son tratados con respeto aprenden a respetar. Con la gestión de nuestras emociones les enseñamos a gestionar las suyas. Piensa qué quieres conseguir y por qué…y guía sus pasos desde el reconocimiento y el afecto. Pide, no exijas. La “obediencia” se gana con paciencia y el aprendizaje también. Tenemos que ser ejemplos claros, no necesitan críticos…necesitan modelos.

¿Cómo te gusta a ti que te traten? Tanto tu pareja, tu amiga o amigo…Y tú ¿castigas cuando no te gusta lo que hacen todas esas personas con quien tienes una relación de confianza?

Los niños y niñas deben actuar como niños y niñas, solo piensan en jugar y experimentar…realmente me preocuparía que fuese de otra manera. Es nuestro trabajo recordar cuáles son las normas y las responsabilidades de continuo hasta que consigan el hábito.

Las ventajas de educar sin castigar son infinitas porque un niño o niña que siente que confías, que cuentas con él o ella, que escuchas, que observa que quieres entender sus motivos, se va a sentir acompañado en el camino… Se convertirán en adolescentes que te valoran, que te escuchan, que quieren entender tus motivos, que confían en ti y que disfrutan acompañándote…y al final del proceso se convertirán en personas resolutivas, amables, tolerantes y… felices, gracias a ti.

Quizá hacemos algo de todo esto con muy buena intención, pero lo cierto es que no obtenemos grandes resultados. Comprobamos a largo plazo que ellos y ellas seguirán teniendo las mismas conductas que a la persona adulta le “exasperan”. Para colmo, además, en nuestro interior sospechamos que hay otras maneras más respetuosas y constructivas de hacer y educar… puede ser simplemente que aún no las conocemos, que aún no poseemos herramientas o estrategias suficientes y diferentes.

¿Vas a castigarle porque no se queda sentado o sentada en la silla mientras come? ¿O porque no quiere compartir su osito de la siesta con otro compañero o compañera? ¿O porque ya le has dicho cinco veces que vaya a recoger o lavarse los dientes y sigue jugando haciendo caso omiso? ¿O porque ha pegado a otro niño o niña? etc…Todos esos comportamientos son normales, dependiendo de la edad. Pero también es cierto, que el que sean normales y esperables no significa que a algunos de ellos no haya que ponerles límites.

Y digo que es importante y necesario establecer límites, pero que no hay que confundirlos con los castigos (está claro que pegar no está bien y que debe aprender maneras más sanas de expresar su enfado o frustración). Ante la mayoría de este tipo de conductas, el castigo aparece como una alternativa fácil y aparentemente efectiva, una solución rápida a sus demandas, desafíos o desobediencia. Sin embargo, lo que hoy día sabemos gracias a numerosos expertos es que puede tener consecuencias negativas y aunque consiga desviar la atención no suele solucionar el problema, en numerosas ocasiones lo complica. Si los castigos no funcionan ¿por qué no cuestionar entonces las opciones y métodos que hasta hoy día hemos utilizado?

No soy partidaria de gritar, obligar y castigar… y las personas que acuden a mis formaciones lo saben y se lamentan en ocasiones: “Entonces ¿cómo lo hago?” “Y ¿no nos van a tomar el pelo?”

Es cuando analizamos nuestro estilo educativo y la dinámica de premios y castigos llegando a un punto diferente del que partir y aumentando las posibilidades de obtener resultados diferentes y más satisfactorios. Terminamos por comprender que Educar sin castigar es posible…

Si dedicamos atención en positivo los comportamientos que no deseamos se van a reducir

¿Por qué nos resulta tan fácil echar mano del castigo? Porque es lo que la mayoría hemos vivido y lo reproducimos. Ponemos entonces el “piloto automático” al estar cansados, estresados o cuando queremos solventar algo con rapidez. También lo que sucede es que el castigo no tiene la mala prensa que en su día tuvo “la bofetada” y, por ello, continua en nuestra sociedad con naturalidad.

¿Maltratamos o enseñamos? Quizá sea muy drástico expresarlo así, pero aunque el castigo no sea violencia física y parezca que no le estamos dañando, lo hacemos moralmente, ya que puede ser muy humillante y atemorizante. Si le queremos decir que “esto que haces no está bien” no podemos hacerlo con algo que tampoco lo está. Mejor digámoselo con tiempo y palabras, con explicaciones y afecto, dialoguemos…y al escuchar entenderemos lo que hay en su mente y podremos ayudarle a él también a entender que se espera de él y por qué.

En el contexto en el que la persona adulta vive, lo que puede ser normal en la infancia o adolescencia puede resultar molesto, por ello debemos revisar nuestro estado de ánimo y nuestras creencias antes de actuar.

Cada vez que castigamos no existe aprendizaje positivo…enseñamos que:

• Para aprender hace falta sufrir

• Atentamos contra su autoestima

• No es necesario dialogar

• La vida no va de entenderse, quererse, apoyarse y ayudarse, sino que va de ejercer poder y castigar al que no hace lo que tú esperas de él. Este será el modelo que trasmitiremos…

• Y, además la relación que establecemos está basada en el poder en lugar de la confianza.

Las consecuencias del castigo a corto, medio y largo plazo son que si el niño o la niña descubre que hay algo que a la persona adulta no le gusta “va a esconderlo”. Sentirán que no son buenos o buenas (y lamentablemente como hemos visto, a veces, les castigamos por comportamientos que son normales y naturales en criaturas con un desarrollo saludable). Les ponemos una etiqueta negativa sin merecerlo.

Junto al dialogo, la mayor alternativa al castigo para que entiendan y que se debe trabajar a diario son las etiquetas positivas. ¿Has oído hablar del efecto Pigmalión?

“…se considera que las expectativas que otra persona tenga sobre una influye y puede llegar a modificar aspectos conductuales, emocionales e, incluso, biológicos en esta persona a través de su interacción.”

Impresionante, ¿no? ¿Por qué no probarlo? Si dedicamos atención en positivo los comportamientos que no deseamos se van a reducir.

Hay un momento en que todo el mundo deja de castigar y empieza a dialogar…es natural. ¿Por qué no empezar antes? Las vías de comunicación deberían de estar siempre abiertas y está en nuestra mano la relación que decidamos establecer con nuestros hijos, hijas y alumnado.

Es nuestro trabajo recordar cuáles son las normas y las responsabilidades de continuo hasta que consigan el hábito

NO castigar es mucho más fácil de lo que parece, y si aún no te he convencido, quizá te ayude a reflexionar sobre la posibilidad de adoptar una educación más respetuosa y empática con las emociones de los niños y niñas para que aprendan a comportarse. Cuando son tratados con respeto aprenden a respetar. Con la gestión de nuestras emociones les enseñamos a gestionar las suyas. Piensa qué quieres conseguir y por qué…y guía sus pasos desde el reconocimiento y el afecto. Pide, no exijas. La “obediencia” se gana con paciencia y el aprendizaje también. Tenemos que ser ejemplos claros, no necesitan críticos…necesitan modelos.

¿Cómo te gusta a ti que te traten? Tanto tu pareja, tu amiga o amigo…Y tú ¿castigas cuando no te gusta lo que hacen todas esas personas con quien tienes una relación de confianza?

Los niños y niñas deben actuar como niños y niñas, solo piensan en jugar y experimentar…realmente me preocuparía que fuese de otra manera. Es nuestro trabajo recordar cuáles son las normas y las responsabilidades de continuo hasta que consigan el hábito.

Las ventajas de educar sin castigar son infinitas porque un niño o niña que siente que confías, que cuentas con él o ella, que escuchas, que observa que quieres entender sus motivos, se va a sentir acompañado en el camino… Se convertirán en adolescentes que te valoran, que te escuchan, que quieren entender tus motivos, que confían en ti y que disfrutan acompañándote…y al final del proceso se convertirán en personas resolutivas, amables, tolerantes y… felices, gracias a ti.

Rocío Martín | Supervisora de Comedor Saludable

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